domingo, 22 de abril de 2012

Pascua Rural en Zamora

Una compañera de 2º de Teología, compartió con tres miembros de la CIFI la Pascua Rural en Zamora, he aquí su experiencia:


El esplendor del Rey destruyó las tinieblas del mundo… Vacuas palabras para algunos, principio y fundamento de la vida de muchos. ¡El Señor ha resucitado! Lo cantamos, lo gritamos y lo experimentamos personal y sobretodo fraternalmente. Juntos, un grupo formado por Isaac, Montse, Juan Enrique, Sussy, Israel, Paul, Manuela, Juan, María y las hermanas Sor Charo, Sor Isabel, Sor Analí y Sor Elena, de muy diferente procedencia, nos vimos, de una y otra manera, reunidos para compartir y vivir en comunión la pasada Semana Santa; no sólo para ello, nuestro cometido era ofrecer ése nuestro tiempo para ayudar a los padres Javier y David. La razón que allí nos llevó a encontrarnos fue saber que humanamente es imposible atender las celebraciones de diecinueve pueblos entre dos personas, todos ellos pertenecientes a la comarca de Sayago en Zamora. Allí fue, concretamente en Carbellino, donde la casa parroquial se convirtió en nuestro transitorio hogar.

Muchos de nosotros no nos conocíamos. Cualquiera lo hubiera dicho, si a nuestra llegada nos hubieran visto. Una misma razón allí nos congregaba y sabernos acompañados celebrando aquellos días fue motivo suficiente para que, a nuestra llegada el miércoles, la timidez brillase sólo por su ausencia e hiciésemos de una sencilla mesa camilla, nuestro nuevo lugar de encuentro, que escucharía largas conversaciones, y que vería tanto alguna lágrima, fruto de permitir que la emotividad de aquellos días te llegase no sólo a erizarte la piel, sino también a tocarte el corazón, y por supuesto, muchas risas, risas siempre compartidas.

No vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate de muchos”. Éstas fueron las palabras que resonaron en nuestras cabezas y en nuestro corazón durante el jueves, día en que dejamos que el amor fraterno se hiciese aún más patente, deseando que no necesitemos un día que nos recuerde que anteponer el bien del Otro al nuestro, posibilitar que sea el Amor lo que nos llene y nos guíe, es la verdadera y universal Misión. Así comenzó el día en que celebramos la institución de la Eucaristía, día por el que hoy estamos todos nosotros invitados al gran banquete, Su banquete. Las tareas fueron repartidas y, tras pasar la mañana con los ancianos de Almeida, empezaron las celebraciones que acabaron con una conjunta Hora Santa en la que también pudimos disfrutar del recogimiento en oración personal, para finalizar el día sentados a la mesa, emulando la cena del Señor y disfrutando de nuestra compañía.

Al grito de “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que durante el día dio paso al esperanzador canto de “Victoria, Tú reinarás”, empezó el viernes. Las celebraciones prosiguieron, dándonos también la oportunidad de postrarnos y agachar la cabeza ante la cruz sabiendo que Él, por amor, por nosotros se entregó; siendo varias las veces que, junto al pueblo, recorrimos el camino hacia la Muerte. También hubo lugar para anecdóticas experiencias que con cariño recordaremos siempre con una sonrisa, protagonizadas tanto por el grupo como por los zamoranos, quienes con su peculiar idiosincrasia castellana, nos acogieron en todo momento mostrando un gran agradecimiento y una sencillez encomiable.

En el silencio de la reflexión, sabiéndonos culpables tras haber dejado que cargara con nuestra cruz, iniciamos la mañana desértica del sábado. Tiempo a oscuras para encontrarnos con nosotros, para encontrarnos con Él; tiempo de preparación hacia el clamor que en la vigilia alto sonaría: “¡Ésta es la noche en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna victorioso!”. La ermita de la Virgen de la Gracia fue testigo de la alegría al ver de nuevo la luz brillando, presentes todos los participantes de la Pascua rural y las gentes de los pueblos vecinos, todos unidos a una sola voz: “¡La luz de Dios en Él brilló, la vida nueva nos llenó! ¡Alegría y Paz hermanos, que el Señor resucitó!”.

Un último día, Domingo, en que las procesiones del encuentro entre el Resucitado y su Madre dejaron traslucir la satisfacción de sabernos unidos en Él y con Él. Últimos momentos para compartir: comida y viaje de vuelta. Conociendo que ésta no es una Pascua más, que cada una es nueva, como si de la primera se tratara; que la vuelta no era igual que  la ida, pues el Encuentro se había dado en cada uno de nosotros. Van quedando los posos de días importantes en que nuestro tiempo no sólo fue para nosotros, y por el que únicamente nos queda seguir agradeciendo. También dando las gracias a todas aquellas personas que, desde sus casas, se acercaron confiados a celebrar con nosotros; que nos acogieron y dieron la bienvenida no permitiendo que allí, en Zamora, nos sintiéramos en tierra extraña.

María Álvarez Martínez