El esplendor del Rey destruyó las tinieblas del mundo… Vacuas palabras para algunos, principio y fundamento de la vida de muchos. ¡El Señor ha resucitado! Lo cantamos, lo gritamos y lo experimentamos personal y sobretodo fraternalmente. Juntos, un grupo formado por Isaac, Montse, Juan Enrique, Sussy, Israel, Paul, Manuela, Juan, María y las hermanas Sor Charo, Sor Isabel, Sor Analí y Sor Elena, de muy diferente procedencia, nos vimos, de una y otra manera, reunidos para compartir y vivir en comunión la pasada Semana Santa; no sólo para ello, nuestro cometido era ofrecer ése nuestro tiempo para ayudar a los padres Javier y David. La razón que allí nos llevó a encontrarnos fue saber que humanamente es imposible atender las celebraciones de diecinueve pueblos entre dos personas, todos ellos pertenecientes a la comarca de Sayago en Zamora. Allí fue, concretamente en Carbellino, donde la casa parroquial se convirtió en nuestro transitorio hogar.
Muchos de nosotros no nos conocíamos. Cualquiera lo hubiera dicho, si a
nuestra llegada nos hubieran visto. Una misma razón allí nos congregaba y
sabernos acompañados celebrando aquellos días fue motivo suficiente para que, a
nuestra llegada el miércoles, la timidez brillase sólo por su ausencia e
hiciésemos de una sencilla mesa camilla, nuestro nuevo lugar de encuentro, que
escucharía largas conversaciones, y que vería tanto alguna lágrima, fruto de
permitir que la emotividad de aquellos días te llegase no sólo a erizarte la
piel, sino también a tocarte el corazón, y por supuesto, muchas risas, risas
siempre compartidas.
“No vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate
de muchos”. Éstas fueron las palabras que resonaron en nuestras cabezas y en
nuestro corazón durante el jueves, día en que dejamos que el amor fraterno se
hiciese aún más patente, deseando que no necesitemos un día que nos recuerde
que anteponer el bien del Otro al nuestro, posibilitar que sea el Amor lo que
nos llene y nos guíe, es la verdadera y universal Misión. Así comenzó el día en
que celebramos la institución de la Eucaristía, día por el que hoy estamos
todos nosotros invitados al gran banquete, Su banquete. Las tareas fueron repartidas
y, tras pasar la mañana con los ancianos de Almeida, empezaron las
celebraciones que acabaron con una conjunta Hora Santa en la que también
pudimos disfrutar del recogimiento en oración personal, para finalizar el día
sentados a la mesa, emulando la cena del Señor y disfrutando de nuestra
compañía.
Al grito de “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que
durante el día dio paso al esperanzador canto de “Victoria, Tú reinarás”,
empezó el viernes. Las celebraciones prosiguieron, dándonos también la
oportunidad de postrarnos y agachar la cabeza ante la cruz sabiendo que Él, por
amor, por nosotros se entregó; siendo varias las veces que, junto al pueblo,
recorrimos el camino hacia la Muerte. También hubo lugar para anecdóticas
experiencias que con cariño recordaremos siempre con una sonrisa,
protagonizadas tanto por el grupo como por los zamoranos, quienes con su
peculiar idiosincrasia castellana, nos acogieron en todo momento mostrando un
gran agradecimiento y una sencillez encomiable.
En el silencio de la reflexión, sabiéndonos culpables tras haber
dejado que cargara con nuestra cruz, iniciamos la mañana desértica del sábado.
Tiempo a oscuras para encontrarnos con nosotros, para encontrarnos con Él;
tiempo de preparación hacia el clamor que en la vigilia alto sonaría: “¡Ésta es
la noche en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna
victorioso!”. La ermita de la Virgen de la Gracia fue testigo de la alegría al
ver de nuevo la luz brillando, presentes todos los participantes de la Pascua
rural y las gentes de los pueblos vecinos, todos unidos a una sola voz: “¡La
luz de Dios en Él brilló, la vida nueva nos llenó! ¡Alegría y Paz hermanos, que
el Señor resucitó!”.
Un último día, Domingo, en que las procesiones del encuentro entre el
Resucitado y su Madre dejaron traslucir la satisfacción de sabernos unidos en
Él y con Él. Últimos momentos para compartir: comida y viaje de vuelta.
Conociendo que ésta no es una Pascua más, que cada una es nueva, como si de la
primera se tratara; que la vuelta no era igual que la ida, pues el Encuentro se había dado en
cada uno de nosotros. Van quedando los posos de días importantes en que nuestro
tiempo no sólo fue para nosotros, y por el que únicamente nos queda seguir
agradeciendo. También dando las gracias a todas aquellas personas que, desde
sus casas, se acercaron confiados a celebrar con nosotros; que nos acogieron y
dieron la bienvenida no permitiendo que allí, en Zamora, nos sintiéramos en
tierra extraña.
María
Álvarez Martínez