sábado, 11 de diciembre de 2010

Constantes en la esperanza

Título de la foto (Fano): "Preparémonos para recibir al salvador"
Domingo III Adviento. Ciclo A
Is 35,1-6a.10; Sal 145,7.8-9a.9bc-10; Stg 5,7-10; Mt 11,2-11

¿Vieron realmente los discípulos de Juan lo que Jesús les dice que están pasando? ¿Estaba pasando realmente? ¿Era verdad que los ciegos veían, los inválidos andaban, los leprosos quedaban limpios y los sordos oían? ¿Era verdad entonces que los muertos resucitaban y que a los pobres se les anunciaba el Evangelio? ¿Es verdad ahora? ¿Están ahí esos signos de la venida del Mesías?

Tenemos muchas preguntas y pocas respuestas. Hoy no tenemos a nadie haciendo milagros por la calle pero con el esfuerzo de todos hemos construido hospitales en los que se ayuda a las personas, se curan muchas enfermedades y se palía el dolor y el sufrimiento de las personas. Hoy tenemos unas cuantas guerras en marcha a lo largo y a lo ancho de este mundo pero también tenemos unas fuerzas militares que con el casco azul de las Naciones Unidas tratan de ser agentes de paz en medio de los conflictos. Hoy hay muchos pobres pero también hay muchas organizaciones que se dedican a tratar de crear las condiciones que hagan posible el desarrollo de los pueblos más pobres, ayudando a la infancia, favoreciendo la educación, creando infraestructuras favoreciendo un comercio justo y defendiendo los derechos humanos.

Ya se ven signos de esperanza

Es verdad que no hay ningún problema que se haya solucionado del todo. La crisis económica actual ha empeorado algunos. Pero hay muchas personas que están más concienciadas que nunca, que apoyan con su tiempo (cientos de miles de voluntarios) y con su dinero todos esos esfuerzos. En ese sentido estamos en el mejor momento de la historia de la humanidad. Sin punto de comparación.

Esos son los signos que hoy proclaman, para el que lo quiera ver, que Dios sigue actuando en nuestra historia, que Dios no nos ha dejado abandonados. Y eso a pesar de que nosotros no siempre trabajamos por hacer las cosas bien. A veces, como los niños, destrozamos más que construimos. Pero Dios está ahí y lo podemos ver. Esa es nuestra fe. Como día León Felipe: “Señor, yo te amo porque juegas limpio; / sin trampas –sin milagros–; / porque dejas que salga, / paso a paso, / sin trucos –sin utopías–, / carta a carta, sin cambiazos, / tu formidable / solitario.”

Lo que pasa en el mundo está ahí. Depende de nosotros si lo queremos ver con ojos de esperanza o si preferimos dejarnos llevar por lo de siempre. Los que salieron a contemplar a Juan, ¿fueron a ver un espectáculo o reconocieron al enviado de Dios que anunciaba la llegada de la gran esperanza, del Mesías? El asunto depende de nosotros. Es parte de nuestra apuesta personal, de nuestra capacidad de arriesgar. Pero si abrimos los ojos, veremos lo que Dios está haciendo en el mundo.Lo que pasa en el mundo está ahí. Depende de nosotros si lo queremos ver con ojos de esperanza o si preferimos dejarnos llevar por lo de siempre. Los que salieron a contemplar a Juan, ¿fueron a ver un espectáculo o reconocieron al enviado de Dios que anunciaba la llegada de la gran esperanza, del Mesías? El asunto depende de nosotros. Es parte de nuestra apuesta personal, de nuestra capacidad de arriesgar. Pero si abrimos los ojos, veremos lo que Dios está haciendo en el mundo.

Fuertes y pacientes

Hay que ser fuertes para vivir en esta tensión. Lo que vemos, lo que experimentamos día a día, no ha llegado todavía a su plenitud. Nada es perfecto. Ni en nuestra vida personal, ni en nuestra familia, ni en la sociedad, ni en la Iglesia. En el mundo hay todavía demasiadas injusticias, demasiados marginados, demasiados excluidos. Los poderosos de cualquier tipo siguen mirando más por sus propios intereses que por los intereses de todos. Todo esto es cierto. Pero el discípulo de Jesús ve ya cómo se está anunciando a los pobres la buena nueva. Ve que los cojos andan y cómo nosotros mismos nos llenamos de una esperanza nueva.

Los que vacilan deberían escuchar con atención la palabra de Isaías: “Fortaleced las manos débiles, decid a los cobardes de corazón: ‘Sed fuertes, no temáis’.” Debemos dejar que esa palabra llegue a nuestro corazón para salir a la calle a proclamar la esperanza de que estamos convencidos de que Dios está de nuestra parte, de que no nos dejará de su mano, de que volverán los rescatados del Señor y “pena y aflicción se alejarán.”

Es tiempo de saber conjugar la esperanza con la paciencia y la constancia, el trabajo comprometido diario con las manos abiertas –y tantas veces vacías– vueltas al Señor de la historia. Y aguardar, como dice la segunda lectura, como el labrador, pacientemente, el fruto valioso del amor de Dios que se manifiesta hoy en nuestro mundo y que se manifestará algún día en toda su plenitud. Pero para eso no hay que olvidarse de trabajar la tierra y dejarla preparada para acoger la semilla del Reino.

Fernando Torres Pérez cmf

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