sábado, 16 de octubre de 2010

La insistencia de la viuda

Domingo XXIX T. Ordinario. Ciclo C
Ex 17, 8-13; Sal 120, 1-8; 2Tm 3, 14 - 4, 2; Lc 18, 1-8

La descripción del juez que tenemos en esta parábola no lo deja muy bien parado. Y sin embargo esa viuda consigue arrancar de ese corazón yerto algo bueno, con constancia y dedicación. En este mundo de hoy, en el que encontramos respuestas rápidas en internet, en el que comemos comida rápida y no queremos hacer cola para conseguir nada, el ejemplo de esta pobre mujer debería recordarnos la importancia de la insistencia.

CON PACIENCIA

San Agustín, en uno de sus sermones explica que hay que insistir en las peticiones que hacemos a Dios, porque puede parecer que tarde, pero lo hace porque “difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido”.

Pero a veces esa espera es demasiado larga; a lo mejor es que no pedimos lo que nos conviene, o no pedimos como conviene.

El santo de Hipona nos da un punto de luz en este caso: cuanto más pedimos lo que deseamos, más deseamos eso que pedimos, la petición aumenta nuestro deseo.

Seguramente la viuda del evangelio ha experimentado lo mismo, y al recibir la justicia de aquel desalmado, puede exultar de gozo. Y en otro lugar el obispo dice: “Bueno es el Señor, quien no siempre nos concede lo que deseamos, para concedernos lo mejor”.

Por aquí va la respuesta que quiere dar Jesús a todo este problema de la oración de petición: que Dios es precisamente lo contrario a ese juez; que Dios está pendiente de sus hijos, que quiere hacer justicia, que quiere que se le grite, que se entre en relación con Él… para darnos lo mejor, para hacer crecer en nosotros el deseo y para que comprendamos sobre todo que estamos en sus manos. En la Eucaristía, Dios nos habla, se nos acerca, se pone a tiro para que nosotros le pidamos; de hecho lo hacemos como comunidad respondiendo a su Palabra.

También le pedimos en la plegaria Eucarística. Sea como sea, la lección de hoy puede ser la siguiente: acompasa tu corazón al de Dios para que lo que pidas sea lo que te conviene; y pídelo tantas veces como lo necesites, para que cuando lo recibas hayas sido merecedor de ello y seas capaz de agradecerlo.

Emilio López Navas, sacerdote

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