domingo, 26 de septiembre de 2010

San Vicente de Paúl, un modelo de santidad hoy, ayer y siempre

Nadie puede negar el aporte a la construcción del reino de Cristo que ha hecho a la humanidad este hombre que sin lugar a dudas es un hombre de Dios.
SAN VICENTE DE PAÚL. UN MODELO DE SANTIDAD PARA EL AYER, HOY Y SIEMPRE

Hoy celebramos los católicos del mundo la festividad de uno de los signos más grandes de que el Espíritu Santo vive en la iglesia: SAN VICENTE DE PAUL. Nadie puede negar el aporte a la construcción del reino de Cristo que ha hecho a la humanidad este hombre que sin lugar a dudas es un hombre de Dios.

Para entender el misterio de Dios en su encarnación entre nosotros por medio de Maria, el Espíritu Santo promovió el corazón de Vicente y le revelo el valor trascendental del evangelio. Del evangelio hombre; es decir de Dios hecho palabra y vida en el hombre y particularmente en el pobre. El nos muestra que quiso rebajarse a la condición humana y compartir con nuestra historia y realidad haciéndose uno de nosotros y asemejándosenos en todo menos en el pecado como lo afirma San Pablo. Vicente conoció desde el contacto con Jesús en su palabra que el evangelio predicado por el Nazareno no es más que un estilo de vida entre los hombres hecho servicio y caridad. Si, hecho caridad. No es más que la misma caridad que Dios tuvo con los hombres en abajarse de Dios y Señor para ser servidor del hombre y vivir con el hombre la pobreza del pesebre y la miseración de la Cruz. San Vicente siente que no basta la predicación de la caridad desde su pulpito sino que es necesario sentir y compartir las miserias y angustias del pobre pueblo. La predicación del evangelio con la palabra para todos los bautizados no es más que el génesis del llamado a ser verdaderos cristianos. El culmen de la predicación es la acción concreta a favor de los pobres. De los pobres en toda la expresión de pobreza; no solo en la carencia material sino en la miseria del entender, del amar, del desprenderse, del perdonar, del orar, del olvidar. En una palabra en la pobreza de ser imagen y semejanza de Dios.

Hoy agradecemos a Dios este infinito regalo que nos dio. Este profeta que nos envió y que ha sido que se ha trasmitido a otros en un grito que siempre resonara en la humanidad y digo en la humanidad por que para gloria de Dios la espiritualidad de San Vicente de Paúl no es patrimonio de los Católicos ni de los Cristianos. Es patrimonio de todos los hombres. Así contemplamos nosotros a Vicente de Paúl vivido en las Conferencias de la Sociedad de San Vicente de Paúl formadas por hermanos nuestros musulmanes y judíos. Es decir Vicente de Paúl lleva el evangelio de Cristo al universo. Por ello es fácil afirmar que el modelo de Santidad universal lo encarna San Vicente de Paúl. Esa voz de CARIDAD Y MISERICORDIA la escucharon grandes hombres de fe: Santa Luisa de Marillac, el Beato Federico Ozanam el mas grande laico del cristianismo, San Contardo Ferrini, Santa Gianna Baretta, los beatos Sor Rosalía Randu y Pier Georgia Frassati y también nuestro inolvidable Juan Pablo II “yo también cuando joven fui miembro de una conferencia de San Vicente de Paúl en Polonia nos lo dijo el 22 de Agosto de 1997 en Paris en la homilía de Beatificación de Federico Ozanam. Es por esto fácil concluir que tenemos en la humildad de Jesús la dicha de estar animados por el espíritu de Cristo expresado en la vida-obra de Vicente de Paúl. Nunca la iglesia dejara de sentirse y de vivirse como ofrenda permanente, mientras en el mundo ardan las enseñanzas y los ejemplos de San Vicente. Nunca la iglesia puede pensar en colocarse a un lado de los pobres porque el grito de Cristo pobre resonara con ímpetu en el mundo entero proclamado por miles de hombres consagrados y laicos que en las diversas ramas de su familia nos alimentamos de su enseñanza y de su vida colmada de misericordia.

Que hoy en todo el mundo, quienes hemos recibido el llamado al servicio vicentino, bien como consagrados, bien como laicos o simplemente generosos colaboradores, recibamos el abrazo estrecho de hermanos en comunión de una misma fe y en la contemplación de un gran misterio de amor: JESUS EUCARISTIA PRESENTE TAMBIEN EN EL POBRE COMO NUEVO SACRAMENTO DE FE. Feliz día de San Vicente de Paúl querida familia vicentina de Colombia, del Mundo. Feliz día de San Vicente pobres, Cristos sufrientes por la guerra, la miseria, la pobreza, las injusticias sociales, los poderes económicos, las potencias mundiales; todos los oprimidos por el egoísmo y la miseria espiritual. Para todos los hombres de buena voluntad FELIZ DIA DE SAN VICENTE DE PAUL desde el Valle del Cauca en Colombia.

RAMIRO ARANGO ESCOBAR
Presidente Consejo Departamental
SOCIEDAD DE SAN VICENTE DE PAUL
Valle del Cauca – Colombia

sábado, 25 de septiembre de 2010

El pobre Lázaro y el rico sin nombre

Domingo XXVI T. Ordinario. Ciclo C
Am 6, 1a.4-7; Sal 145, 7-10; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31

La parábola del pobre Lázaro y del rico (del cuál no sabemos el nombre) tiene varias maneras de ser leída. En primer lugar, podemos y debemos leerla como una llamada de atención a tantas diferencias que existen entre pobres y ricos. En nuestro primer mundo seguimos banqueteando, dándonos la vida padre, y a nuestra puerta siguen llegando muchos lázaros que no tienen qué llevarse a la boca. Solemos ser indolentes, y así nos va. Otra manera de leer este fragmento propio de Lucas es desde la perspectiva escatológica, es decir, desde el punto de vista de las realidades del cielo y del infierno: la distancia es tal que no se puede atravesar por mucho que se quiera. Pero más importante es intuir que al cielo o al infierno se llega precisamente por cómo se ha vivido aquí en la tierra. El rico está en el abismo porque no ha sido capaz de compadecerse del pobre.

PEQUEÑAS COSAS

Y una última manera de leer esta parábola, o si queremos, una enseñanza más que podemos extraer de ella, es que leyendo la Palabra de Dios (Moisés y los profetas) entenderemos cómo salvarnos. Entonces, y recapitulándolo todo, podemos bosquejar un itinerario de salvación en este breve fragmento: es en nuestra vida cotidiana en la que nos jugamos nuestro futuro, es aquí y ahora, en las pequeñas cosas, en lo del día a día… y nos lo jugamos sobre todo en el amor, en la atención al que menos tiene y que muchas veces está a nuestra puerta sin que nosotros seamos conscientes de ello.

Pero tenemos algo que nos puede abrir los ojos, que nos puede destapar los oídos: la palabra de Dios, esa “carta” que el Padre nos escribe para que sepamos caminar por la vida cumpliendo su voluntad.

Si la leemos y meditamos asiduamente, no viviremos en la indolencia, sino que sentiremos en nosotros el dolor del hermano, de ese lázaro que viene a nuestro encuentro, y haremos realidad lo que su nombre indica: Dios ayuda, porque seremos hijos de Dios que ayudan al que lo necesita.

Emilio López Navas, sacerdote

sábado, 18 de septiembre de 2010

Fidelidad en lo poco

Domingo XXV T. Ordinario. Ciclo C
Am 8, 4-7; Sal 112, 1-8; 1Tm 2, 1-8; Lc 16, 1-13

Tenemos en este evangelio una de esas expresiones que usamos a veces sin saber de dónde vienen: “el que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho”. Y además, tenemos una llamada a ser astutos, que puede incluso, si no se comprende bien, sonar mal en boca de Jesús. El ejemplo de ese administrador injusto no debe llevarnos a hacer trampas. Los cristianos, con perdón, muchas veces pecamos de “bonachones”, y no somos avispados. Creo que la llamada a la astucia que nos lanza hoy el Señor debemos llevarla a cabo, debemos servirnos de nuestra inteligencia, no para hacer el mal, pero sí para hacernos comprender, para hacernos ver, para dar testimonio y para mostrar que el dinero no lo es todo.

En la vida hay cosas más importantes, las conocemos, las sabemos e incluso las practicamos. Entonces, ¿por qué no mostramos con nuestra forma de ser que somos de Jesús? Porque está claro el poco valor que el Maestro da al dinero (lo llama varias veces “injusto”). Lo que nos quiere transmitir el Señor con esta parábola es que hay valores que están por encima, y que debemos ser capaces de saber usarlos para encontrar lo que tiene valor verdaderamente.

Pero por si no quedaba claro, se añade ese final que nos impacta, que nos debería hacer reaccionar: no podemos servir a dos señores. Cuidado, que no es una comparación simple. ¿Acaso no te has visto alguna vez con la sensación de estar adorando al dinero, ya por mucho, ya por poco? El mensaje de las lecturas quiere ser liberador, quiere que por un lado seamos justos con lo que tenemos, en lo que trabajamos, y al mismo tiempo quiere que nos sintamos libres, porque al final se hace verdad esa frase manida: el dinero no da la felicidad.

Esas cosas, pequeñas o grandes, que nos llenan realmente son las que debemos establecer como primeras en nuestra escala de valores, y que en ella reine siempre el amor.

El dinero no puede comprar el amor, pero nos puede ayudar a crear estructuras que amen. Esa puede ser la astucia, esa puede ser la respuesta a este mundo que se pudre tan lleno de dinero y tan falto de verdad.

Emilio López Navas, sacerdote

sábado, 11 de septiembre de 2010

Parábolas de la misericordia

Domingo XXIV T. Ordinario. Ciclo C
Ex 32, 7-11.13-14; Sal 50, 3-4.12-13-17.19; 1Tm 1, 12-17; Lc 15, 1-32

Las parábolas de la misericordia, así se conoce a este capítulo quince de Lucas. Ya el comienzo nos prepara para lo que viene: el auditorio es múltiple y diverso. Recaudadores y pecadores por un lado, fariseos y letrados por otro. Después, dos parábolas breves y muy parecidas: la oveja y la moneda perdidas. Y al fin, la que todos esperamos: el hijo pródigo. Hagamos un ejercicio, busquemos diferencias y similitudes. ¿dónde se pierde la oveja? ¿y la moneda?

Una, en el campo, fuera; la otra, en la casa, dentro. Así son también los hermanos: el pequeño se ha perdido fuera, se ha gastado toda la herencia, ya no se siente hijo, y quiere ser un siervo… pero es que el mayor no anda mucho mejor, y eso que vivía en casa.

Ha eliminado de su vida la fraternidad, "ese hijo tuyo", y también su filiación, "tantos años que te sirvo". Al final, es el Padre el que encuentra, el que sale a buscar y los recupera a los dos, no sin esfuerzo. Un último detalle: si recordamos el auditorio, tenemos a dos grupos diversos: los pecadores “públicos”, que son los que se han perdido fuera; y los que están dentro, los que están siempre en la casa del padre, pero que igualmente se han despistado, y no sienten a los demás como hermanos, y no han descubierto la ternura de un Dios Padre. Podríamos sacar muchas conclusiones de este breve análisis.

Nos quedamos con tres; primero: no importa dónde estemos, si fuera o dentro, nos podemos perder si no mantenemos el contacto con el Padre. Segundo: cuidado con la envidia, con los celos; nos solemos identificar más con el hermano pequeño, pero os aseguro que ya hemos crecido todos un poco; intentemos vivir de la alegría que da reconciliarse con Dios y de la alegría de recibir de nuevo a hermanos que vuelven deshechos.

Y tercero, aprendamos que es el amor del Padre lo que recupera, lo que hace que las relaciones de fraternidad tomen su justo puesto, lo que hace que seamos de verdad hermanos, y por lo tanto, hijos de un mismo Dios Padre y Madre.

Emilio López Navas, sacerdote

sábado, 4 de septiembre de 2010

La libertad de los hijos de Dios

Domingo XXIII T. Ordinario. Ciclo C
Sab 9, 13-18; Sal 90; Flm 9-10.12-17; Lc 14, 25-33

Todos los hombres y pueblos hacen esfuerzos titánicos por conseguir pasar de la esclavitud a la libertad. Todo el mundo defiende hoy, como derecho supremo y bien absoluto del hombre, la libertad, raíz de su personalidad y de la dignidad de la persona humana.

La Buena Nueva predicada por Cristo puede muy bien resumirse en aquellas palabras de san Pablo: “Hermanos, habéis sido llamados a la libertad" (Gal 5,13), que no son más que el eco de las primeras palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret “Me envió a predicar a los cautivos la liberación, a poner en libertad a los oprimidos” (Lc 4,18).

Para el cristiano, la libertad no es sólo una meta y un ideal que hay que conseguir. Para el cristiano la libertad es algo vivo, concreto, personal; es una persona y esta persona es Cristo, quien enviándonos su Espíritu nos hizo en plenitud hijos adoptivos y nos dio la posibilidad de llamar "Padre" a Dios. La verdadera raíz de nuestra libertad es la muerte victoriosa de Jesús: “Para que fuéramos libres nos liberó Cristo” (Gal 5,1). “La Verdad os hará libres” (Jn 8,32). La emancipación que nos trae Cristo está sobre todas las categorías sociológicas humanas, es una libertad mucho más radical. Es libertad del pecado, de la muerte y de la ley. Cristo nos arranca de la tiranía del pecado (Col 1, 13). Nos hace pasar de la muerte a la vida (Jn 5,24). La raíz de nuestra salvación no será ya el cumplimiento de una ley exterior sino la “ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Rom 8,2); es decir: la ley de la libertad, porque “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Cor 3,17).

En la celebración de la Eucaristía es donde podemos ver claramente el sentido de nuestra libertad: Ella es el signo sensible de que hemos conseguido la libertad de hijos, pues somos admitidos a participar en el banquete de la familia. Y la Eucaristía es la que nos dará fuerza para someternos gozosamente a la ley de Cristo, sin ninguna clase de alienaciones, sino con plena conciencia de estar asimilándonos a Cristo, que fue libre, y, sin embargo, se sometió en todo a la voluntad del Padre. La Eucaristía nos hace cada día más hijos y más hermanos, y por tanto más libres ante Dios.

José A. Sánchez Herrera, sacerdote