sábado, 14 de agosto de 2010

Me felicitarán todas las naciones

Domingo T. Ordinario. Ciclo C - La Asunción de la Virgen María
Ap 11, 19.12,1-6.10; Sal 45, 10-12.16; 1Co 15, 20-27; Lc 1, 39-56

Todo grupo humano tiene sus personajes representativos. Nosotros, la comunidad de Jesucristo, también tenemos los nuestros, son los santos. Y entre los santos: La Santísima Virgen María intercede por nosotros y es modelo de identificación cristiana.

Contemplemos en esta solemnidad de la Asunción la humanidad de María, su fe confiada, su eclesialidad solidaria y su espiritualidad transformadora. Su madurez humana gira alrededor de su maternidad. Es una maternidad sin antojos, en la que Ella, la bendita entre las mujeres, la feliz por su fe, no se olvida de servir. María no separa, porque es absolutamente inseparable, la espiritualidad del compromiso de vida nueva que la acción del Espíritu Santo provoca.

Esta actitud de servicio es una constante en toda su existencia. Un servicio responsable que le hace buscar y cuidar a su hijo, Hijo de Dios pero hijo suyo. Todo de Dios y muy humano, en la fragilidad y en el desamparo de un niño. Santa María de la normalidad de cada día y de todos los días. Educando, velando, acompañando solícita los pasos de Jesús. Madura y fiel en toda situación. Sin rajarse nunca. También al pie de la Cruz.

La humanidad la hizo madre, la fe la hizo madre de Dios. Su naturaleza humana posibilita la maternidad, pero es la fe la que la hizo madre del Salvador. La confianza de María en el Dios de las maravillas y en las maravillas de Dios, la expresa en su estilo de oración. Una oración que ayuda a descubrir las huellas del Creador en todos y cada uno de los acontecimientos de la vida. Por eso María “consevaba esas cosas en su corazón”.

La fe que se hace fidelidad. Es fiel en la propuesta desconcertante de Dios en la Anunciación. Es fiel en la cotidianidad y permanece fiel en el momento clave de la Cruz, sin ver todavía la luz de la Resurrección. María cree. Participa activamente en el nacimiento de la Iglesia y nos anticipa con esta solemnidad que celebramos la Plenitud de la Iglesia. María la primera redimida por Cristo vencerá como anticipo que nos llena y nos inunda de esperanza “a lo bestia”. La humanidad redimida por la sangre del Redentor alcanza por sus méritos, esa fuerza que vence al mal y a su Príncipe en este mundo.

María asumpta al cielo. Anticipo de la victoria total: la persona humana integralmente será salvada y lo que para nosotros es anuncio y esperanza en Ella es realidad total. Con Ella y como Ella todos los hijos de Eva superaremos la condición de “desterrados en este valle de lágrimas” para alcanzar como hijos de Dios e hijos de María la condición de peregrinos a la casa de Dios y a recibir el título de ciudadanos del cielo.

José A. Sánchez Herrera, sacerdote

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