sábado, 17 de julio de 2010

La mejor parte

Domingo XVI T. Ordinario. Ciclo C
Gn 18, 1-10a; Sal 14, 2-5; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42

El diálogo de Jesús con Marta y María es aprovechado una vez más por el evangelista san Lucas para resaltar el valor de la escucha de la Palabra de Dios.

Sin entrar en la teoría del valor de la contemplación sobre la acción, que se ha querido ver en las dos actitudes opuestas de Marta y María, lo cierto de la anécdota es que el Reino de Dios no puede dejarse distraer por una preocupación demasiado exclusiva por las realidades terrenas. Por otra parte escuchar la palabra de Dios es todo menos ociosidad.

Cristo quiere llevar a la preocupación de Marta la idea fundamental de su vida y ministerio: El reino de Dios. Sólo hay una cosa importante ante la cual todo lo demás debe ceder en importancia. Saber elegirlo es acertar.

El gran escritor Miguel Delibes en su novela “Parábola del náufrago”, nos hace caer en la cuenta, contra lo que se pudiera creer, que el náufrago no es tanto el hombre del mar cuanto el hombre de tierra.

¿Náufrago de qué, de quién? De sí mismo y de las cosas que lo rodean y le envuelven. Nunca como hoy el hombre está fuera de sí mismo, del ambiente y de las cosas que ha creado. Presiones y represiones, agresividades, medios de comunicación, sociedad de consumo, compras a plazos, etc., hacen del hombre un náufrago. Es urgente arbitrar un salvamento de hombres y de ideas que libren al hombre del naufragio. Creo que es hoy la tarea más necesaria y urgente, librar al hombre dándole al mismo tiempo equilibrio, la medida y la tensión justa para vivir.

El Evangelio nos proporciona la fórmula de este equilibrio, medida y tensión. Marta y María conjugan admirablemente la fórmula. Nos dan un sentido de la paz, de la amistad y de la hospitalidad familiar. De la vuelta a los valores sencillos y elementales. Pero, sobre todo, ponen en tensión su vida por algo que trasciende: La Palabra de Dios, el Reino de Dios. Y en esta ocasión Cristo deliberadamente acentúa esta tensión por lo necesario y principal: “una sola cosa es necesaria”. ¿Para qué perderse y naufragar en tantas cosas? ¿No es hoy más indispensable que nunca volver a esta cosa única y necesaria de que nos habla Cristo? Precisamente la Eucaristía es un signo del reino de los cielos. Al mismo tiempo anticipa la realidad futura de un cielo y una tierra nueva al final de los tiempos.

José A. Sánchez Herrera, sacerdote

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