sábado, 10 de julio de 2010

Salirse del camino

Domingo XV T. Ordinario. Ciclo C
Dt 30, 10-14; Sal 68, 14-17.30-37; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37

La parábola del samaritano no es tan sólo una bella creación literaria con una lección de moral filantrópica. Es más, mucho más; es el ejemplo vivo de una persona.

Este samaritano es Cristo, expresión del amor de Dios a toda la humanidad. Convertirse es romper con el camino que hemos tomado, y por eso tiene las características de arrepentimiento, de petición de perdón `por el itinerario llevado hasta hoy. La conversión significa también tomar una nueva senda. Creer en el Evangelio, en la Buena Nueva, forma parte de esta toma de un nuevo camino.

Para ilustrar esta ruptura y nueva toma de camino nos encontramos con la parábola del samaritano. La pregunta que hace a Jesús un doctor de la Ley es: “¿Quién es mi prójimo? Jesús le contesta con la parábola. El texto dice que el samaritano “se compadeció” del herido. Cuando todos esperamos que Jesús diga o sugiera que el prójimo es el herido. Jesús pregunta: “¿Quién es el prójimo de este herido?” Es decir, que el prójimo es uno de nosotros, no el herido. Y el doctor de la ley le dice “El samaritano”. Es decir, aquél que al aproximarse al herido lo convirtió en su prójimo. Prójimo no es aquél que yo encuentro en mi camino, sino aquel en cuyo camino yo me coloco. La “proximidad”, requiere una salida del camino.

El interrogante “¿Quién es mi projimo?” nos parece evidente, pero Jesús considera que esa no es la pregunta correcta. Lo que la parábola nos enseña no es solamente que hay que socorrer al otro, sino que hay que entrar en otro mundo. Salir de mi mundo y entrar en el mundo del otro, del herido.

En la Eucaristía, de un modo maravilloso este divino samaritano desciende hasta nosotros. Se hace hermano nuestro para que nosotros nos podamos hacer prójimos de tantos heridos en los bordes de los caminos de la vida.

José A. Sánchez Herrera, sacerdote

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