sábado, 29 de mayo de 2010

¿Qué y Quién es Dios para mí?

Domingo Santísima Trinidad T. Pascual. Ciclo C
Pr 8, 22-31; Sal 8, 4-9; Rm 5, 1-5; Jn 16, 12-15

Después de tantos siglos de cristianismo sigue en pie todavía la pregunta, porque no se trata de una pregunta que reclame de nosotros una respuesta científica; se trata de una respuesta vital y propia de cada uno, un compromiso de vida que cada uno debe hacer original para sí; se trata del encuentro personal con Dios más que del encuentro racional de Dios.

La fiesta de la Trinidad es poco significativa debido a su formulación abstracta, para nuestras comunidades que ponen más de relieve el sentido vital y personalista de la relación con Dios. Pero lo positivo en la celebración de esta fiesta radica en el testimonio que nos transmite una liturgia viva que daba acogida en sus celebraciones a los grandes problemas teológicos que preocupaban en la época: esta celebración tiene su origen en la respuesta a las herejías del momento sobre el carácter trinitario de Dios. En este sentido, uno de los principales mensajes que la fiesta de hoy nos transmite es precisamente el de repensar nuestras “formulaciones” sobre Dios, en tantos casos ya muertas, y redescubrir el verdadero “rostro de Dios”, para nosotros y los hombres de nuestro tiempo.

La Escritura no nos presenta la formulación abstracta de la Santísima Trinidad, sino que nos habla del misterio inmenso, lleno de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; de la acción del Dios Padre en el Hijo que se encarna para salvarnos y que, al subir de nuevo al Padre, nos deja su Espíritu que prosigue su obra. La Escritura nos presenta a Dios en diálogo. Cristo habla con el Padre; habla de Él a sus discípulos; habla del Espíritu que, a su vez, da testimonio de Cristo, de nosotros y grita en nuestro interior “¡Abba, Padre!” “Dios es uno, pero no está solo”. Dios, siendo uno, aparece simultaneamente viviendo y actuando en comunidad consigo mismo en primer lugar; comunidad que posteriormente y en otro sentido se refiere también a los hombres.

Nuestra vida cristiana empezó por el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En la Eucaristía, una vez escuchada la Palabra de Dios, haremos nuestra profesión de fe trinitaria. Cada celebración eucarística es una llamada a una conversión de fe trinitaria, una vocación a la esperanza trinitaria y una urgencia de amor en la doble dirección: hacia Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, y hacia la Iglesia, los hombres, los padres y los hijos, los cercanos y los desconocidos, los amigos y los enemigos.

José Antonio Sánchez Herrera, sacerdote

sábado, 22 de mayo de 2010

Tu Espíritu me mueve desde dentro

Domingo Pentecostés T. Pascual. Ciclo C
Hch 2, 1-11; Sal 103, 1.24.29-31.34; 1Co 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23

Culminamos la cincuentena pascual con la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María. Es el día de Pentecostés. Unas llamaradas, en forma de lenguas de fuego, acompañan el signo visible sobre cada uno de los apóstoles. Es el fuego que irrumpe en la oscuridad de la noche, que calienta los cuerpos, que quema lo impuro. El Espíritu es la fuerza que nos guía hacia la Verdad, que nos purifica e ilumina nuestra mente y nuestro corazón con sus dones, repartidos en beneficio siempre de la comunidad, de la Iglesia, naciente en ese momento y extendida hasta el día de hoy.

“Nadie puede decir ‘Jesús es Señor’, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios, que obra todo en todos” nos dirá san Pablo. El Espíritu Santo actúa constantemente en la Iglesia y en el mundo. Su acción es imperceptible a simple vista, como el viento, pero necesaria como el oxígeno que respiramos. Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad. Una vida cristiana madura, honda y recia es algo que no se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. Otro de los signos que delata la presencia del Espíritu Santo es el ruido. Los Apóstoles se ven impulsados a hablar de las maravillas de Dios, no pueden contenerse. Se lanzan, ya sin miedo, a anunciar la vida del Señor Jesús. Todos recordamos cómo la civilización antigua levantó una torre que acabó separando a los hombres de Dios, y a los hombres entre sí, porque no hablaban el mismo lenguaje. Eso fue Babel, el orgullo que condujo a la separación. Es lo contrario de Pentecostés. Porque el Amor de Dios no tiene barreras. Nos lleva a hablar en el lenguaje que todo el mundo entiende: el lenguaje del afecto, del amor. El mensaje que nosotros tenemos que transmitir es que “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo”.

El miedo nos atenaza como antes de Pentecostés a los discípulos. Nos tienta, para que no hablemos de Dios. Nos mete la idea de que si hablamos, entonces los demás nos mirarán como si fuéramos personas raras. El miedo nos hace sentir vergüenza: ¿qué van a decir si invito a este amigo para que vaya a Misa conmigo? o ¿qué pensará si le digo que haga un rato de oración o que se confiese...? Hoy gritamos: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles. María está llena del Espíritu Santo. Ella nos lleva al Señor casi sin darnos cuenta. Con Ella el amor a Dios entra solo y va directo al corazón. Que el Espíritu Santo nos renueve a cada uno. Feliz Fiesta de Pentecostés a todos, en este día del apostolado seglar, feliz Pentecostés a toda la familia rociera que, bajo el signo de la Blanca Paloma, invoca la efusión del Espíritu sobre cada uno de nosotros. Hasta otra.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

sábado, 15 de mayo de 2010

Me voy pero me quedo

Domingo VII T. Pascual. Ciclo C
Hch 1, 1-11; Sal 46, 2-9; Ef 1, 17-23; Lc 24, 46-53

Hace cuarenta días que celebrábamos la Resurrección del Señor, y la Ascensión nos abre esas puertas del cielo a donde Él vuelve y desde donde el mismo Hijo de Dios nos va a enviar su Espíritu a toda la Iglesia en el día de Pentecostés. Los cuarenta días de Jesús con sus discípulos antes de la Ascensión y los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto, camino a la tierra prometida, son una figura que invita a caminar con fe y a hacer algo bueno por la vida. A trabajar por una humanidad digna, justa, libre; en otras palabras: a construir la historia de la salvación de Dios con los hombres.

Hoy, una vez más se nos invita a no quedarnos simplemente mirando al cielo: “Galileos, ¿qué hacéis ahí parados mirando para el cielo?” ¿Qué hacemos parados mirando al cielo? ¿Qué hemos hecho por nuestro pueblo? o, como le preguntó Dios a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Tendremos nosotros también el descaro de responder como él: “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” El Señor se despide, pero es un hasta luego. Y nos invita, como a sus discípulos, a predicar la conversión y el perdón de los pecados, a ofrecer la salvación de Dios a todos los hombres.

La vida cristiana no es ni sólo más allá, ni sólo más acá. El cristiano piensa en un cielo que hay que construir desde aquí, desde ahora y cada día, mediante el amor, el trabajo y el servicio a los demás; un cielo que a su vez se nos regala como la casa de la definitiva alegría; cielo que se abre a la plenitud de los tiempos con la gracia y el poder de Dios y de Cristo resucitado, vencedor de la muerte. Todos estamos invitados a construir la historia y a abrirnos a la trascendencia. La victoria de Jesucristo es garantía de vida; su gracia en medio de nosotros es fuerza para luchar. Él mismo es camino, verdad, vida y plenitud. Él nos invita a ir a todo el mundo a anunciar el evangelio y en este domingo celebramos también la Jornada Mundial de los Medios de Comunicación Social bajo el lema: «El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra». La Iglesia es fundamentalmente misionera y rescato una parte de la carta del Papa con motivo de esta jornada, para reflexión de los sacerdotes y de todos los cristianos en nuestra tarea de anunciar el evangelio de Jesucristo: “En verdad, el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16). Así pues, con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una «nueva historia », porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra...”

¿Qué hacemos parados mirando al cielo? Tomemos la fuerza del Espíritu y trabajemos para que nuestro mundo conozca a su Salvador: Jesucristo. Feliz día de la Ascensión (otro jueves más que no alumbra tanto el sol).

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

sábado, 8 de mayo de 2010

Dale tu PAZ a mi ajetreo

Domingo VI T. Pascual. Ciclo C
Hch 15, 1-2.22-29; Sal 66, 2-8; Ap 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29

Nos hemos enterado que algunos, sin encargo nuestro os están alarmando…. Que nadie os quite la Paz del Señor. La paz del mundo basada en tantos intereses y aparentes consensos, no es como la que nos ofrece el Señor resucitado. En la misma Eucaristía nos ofrecemos la paz, se la entregamos al otro como Cristo nos la entrega a nosotros. Es uno de sus muchos regalos también en este tiempo de Pascua.

El Señor nos deja una vida pacificada por su amor. En el mundo de hoy se necesita la paz en el corazón de los hombres. Amar al Señor es escuchar y vivir desde su Palabra. Llevarla a la vida diaria. Y para ello se nos promete el envío del Defensor, del Paráclito, del Espíritu Santo, a través del cual hablará Jesucristo. Ese Espíritu que procede del Padre y del Hijo y su tarea es la de santificarnos. Él nos enseñará todas las cosas, nos recordará todo lo que nos ha dicho el Señor, nos irá abriendo caminos para el encuentro con nuestro Dios en la vida fraterna con el hermano. Nos abrirá el entendimiento y el corazón.

Hoy se nos anuncia la marcha del Señor y se nos deja su Paz como herencia. La tristeza y angustia que muchas veces nos invade necesita de esa paz restauradora para llegar a conseguir la plena confianza en nuestro Dios. Al confiar en su Palabra, al vivirla y cumplirla nos llenamos de su paz y a la vez somos transmisores de la misma ya que nos viene de Dios y la tenemos que ofrecer al hermano.

El evangelio nos muestra palabras de despedida, llenas de ternura y de luz para aquellos discípulos. No hay nada que temer, porque no nos va a dejar solos el Resucitado. El amor de Cristo nos acompaña. No estarán solos y no lo estaremos nosotros porque recibiremos el Espíritu Santo, que es consolador, defensor, maestro y guía del hombre. Nuestro corazón no puede temblar ni acobardarse, aunque surjan divisiones como en aquellas primeras comunidades cristianas. Pidamos la gracia y la sabiduría para confiar plenamente en Dios, dejar que su Espíritu nos colme para poder proclamar al mundo que Dios es nuestro Padre y Jesucristo el salvador de nuestras vidas.

La Virgen María todo esto lo entendió a la perfección, que ella nos ayude a confiar en ese Espíritu que se nos dará como a Ella misma se le dio.

¡Feliz día del Señor!

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

martes, 4 de mayo de 2010

Ociozine


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Gracias! En mi nombre y en el de Ociozine (también tienen facebook donde te van avisando de los concursos)

sábado, 1 de mayo de 2010

Tu amor alegra mi corazón

Domingo V T. Pascual. Ciclo C
Hch 14, 21b-27; Sal 144, 8-13ab; Ap 21, 1-5a; Jn 13, 31-33a.34-35

En el mundo en el que nos movemos es cierto que necesitamos de testigos y testimonios de la verdad, antes que bonitas palabras. Y el mejor testimonio es vivir desde el Amor de Dios, así se construirán esos cielos nuevos y tierra nueva. La fuerza que debe dinamizar la construcción de ese nuevo mundo no es otra que el Amor.

La situación interna y el contexto histórico de las personas que formaban las primeras comunidades cristianas, su experiencia de fe con Jesús muerto y resucitado, las llevó a una toma de conciencia de la necesidad de hacer algo por ellos mismos y por los demás superando muchas dificultades personales. A esa nueva realidad le dieron el nombre de cielos nuevos y tierra nueva. Es la fuerza creadora y recreadora de Dios que impulsa a formar otro mundo que se hace posible con la apertura a la gracia de Dios.

Jesús, con su vida, con su palabra y su obra y con el amor con el cual hizo nuevas todas las cosas, empezó a hacer realidad un mundo marcado con otros valores. Lo nuevo no es que se hable del amor, porque desde tiempos inmemoriales se habla del amor. Lo nuevo es el amor al estilo de Jesús. La sinceridad, el servicio, la cercanía, la entrega y la donación total con las cuales Jesús manifestó su amor a sus amigos y a cada uno de nosotros. Por este motivo hoy el evangelio nos hace una invitación muy concreta: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

En los Hechos de los Apóstoles leemos el trabajo concreto de Pablo y Bernabé a favor de la construcción del Reino y cómo animados por la oración y la fuerza del Espíritu Santo, establecieron una estructura organizativa en aquellas comunidades para que se lograra la continuidad de la obra empezada por ellos. Desde nuestro tomar conciencia como creyentes de nuestra situación interna y de nuestro contexto social, nos corresponde construir los cielos nuevos y la tierra nueva con la fuerza del amor al estilo de Jesús. Y hoy nos deberíamos preguntar qué estilo de vida, qué valores, qué amor, son los que pongo yo en cada cosa, para que esos cielos nuevos y tierra nueva se lleven a término en mi vida, en mi familia, en mi comunidad parroquial. Que en este mes de mayo nos acompañe la Virgen y nuestras flores sean fruto del nuevo estilo del amor de Jesús.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote