sábado, 24 de abril de 2010

Somos uno cuidando el rebaño

Domingo IV T. Pascual. Ciclo C
Hch 13, 14. 43-52; Sal 99, 2-5; Ap 7, 9-14b-17; Jn 10, 27-30

Jesucristo mismo se nos presenta en este IV domingo de la pascua con la imagen del Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas. Esa imagen ya había sido utilizada por el pueblo de Israel y por los profetas, dadas las características pastoriles del pueblo. Dios es el Pastor, Israel su rebaño. Se nos invita a cuidar de esas ovejas a todos los pastores y hacerlo con la misma dedicación y amor que el Pastor supremo.

Por ese motivo, el profeta Jeremías dirige una dura amenaza a estos pastores que dejan que se pierdan las ovejas, y promete, en nombre de Dios, nuevos pastores que de verdad apacienten sus ovejas. Él mismo cuidará de sus ovejas. Más aun, suscitará un Pastor único, descendiente de David, que las apacentará para que estén seguras.

Jesús a sus discípulos también les había hecho comparaciones de pastores y ovejas. Pero en este pasaje propone con claridad la parábola del Buen Pastor, que es aquel que cuida de sus ovejas, que busca a la extraviada, que cura a la herida y carga sobre sus hombros a la cansada. Cristo es el Buen Pastor porque es capaz de dar su vida por las ovejas, voluntaria y libremente. Nos recuerda su Pasión. Jesús dio su vida por los suyos, con amor y en obediencia, para formar un solo rebaño con un único Pastor. En nuestra capilla del Seminario tenemos la imagen de ese Buen Pastor que tiene que presidir toda nuestra vida. Pastores, en este domingo, contemplemos el corazón de Jesús Buen Pastor. Rebaño, dejémonos cargar en los hombros del Buen Pastor. El falso pastor sólo piensa en él. No tiene interés alguno por sus ovejas. Es incapaz de arriesgar su vida ante el peligro. Las ovejas no cuentan con él.

El Buen Pastor, nos lo dice Jesús, conoce a cada una de sus ovejas. Las llama a cada una por su nombre. Él conoce a sus ovejas, sus ovejas lo conocen a él y escuchan su voz. Todos, en mayor o menor grado, debemos ser pastores. Tal vez en nuestra familia, en nuestro entorno. El Señor nos dio a través del Bautismo la misión de ser sus testigos, de darlo a conocer, de comprometernos con Él y con su Reino. Pidamos en este día por todos los sacerdotes para que sean fiel reflejo de Cristo, el Buen Pastor, y pidamos por cada uno de nosotros para que, escuchando la voz del Señor, sepamos cuidar la pequeña parte del rebaño que nos corresponda en nuestra vida. Feliz día del Señor y buena semana.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

sábado, 17 de abril de 2010

Pesca milagrosa: tu luz nos atrapa...

Domingo III T. Pascual. Ciclo C
Hch 5, 27b-32.40b; Sal 29, 2-13; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19

El evangelio nos muestra cómo algunos discípulos habían vuelto a sus antiguas actividades, mientras tomaban conciencia de la resurrección del Señor. Pedro y los demás discípulos, habían pasado toda la noche tratando de pescar algo pero no lo habían conseguido.. La noche representa las situaciones difíciles, la crisis, la angustia, el miedo y la inseguridad, que inundaban a los discípulos tras la muerte de Jesús. Al amanecer, Jesús se aparece en la playa. Todos los relatos de la resurrección dicen que los discípulos a primera vista, no cayeron en la cuenta de la presencia de Jesús. Lo confundieron. Esto confirma que la resurrección de Jesús no fue evidente en el primer momento sino que fue convirtiéndose en una experiencia que los inundó, les aclaró todo y los dejó absolutamente convencidos de su nueva forma de existir.

La experiencia de la pesca milagrosa ya la habían vivido y el Resucitado lo primero que les preguntó fue por los frutos de su trabajo: “Muchachos, ¿tenéis pescado?” Es decir, cómo te ha ido, qué has hecho, cómo estás, por qué lloras, de qué hablas... ¿La respuesta? ¡No! En la oscuridad de sus vidas todo era frustración, tristeza y muerte. ¿Verdad que se parece mucho a la nuestra? Pero una luz empieza a brillar cuando hacen lo que Jesús les manda: “Echad la red a la derecha de la barca.” Cuando actuaron conducidos por las enseñanzas de Jesús, recogieron buenos frutos: “Por tu Palabra…” En este relato fue el discípulo amado quien primero reconoció a Jesús. Es otro detalle. El Amor hace reconocer al resucitado. Y Jesús, en la orilla los invitó a compartir el fruto del trabajo. Él tomó el pan y los peces, los partió y los repartió. Ahí descubren entonces que dentro de ellos estaba Jesús resucitado. Lo hemos dicho muchas veces: la mejor prueba de la resurrección de Jesús es una comunidad que vive unida en el amor, trabaja y comparte fraternalmente.

En la segunda parte de este fragmento del Evangelio, tenemos el reconocimiento de Pedro como autoridad en la Iglesia. La característica particular del liderazgo en la Iglesia, es que debe estar fundado en el amor a Jesucristo y su evangelio”: ¿...me amas? Y asumir como propio el proyecto de Jesús y cumplir su voluntad salvífica. Si el liderazgo en la Iglesia se deja contaminar por los deseos de poder y aparentar, pierde su sentido y se convierte en un obstáculo para la evangelización.

Todos tenemos experiencia de esto. No se puede ser apóstol sin ser discípulo, pero el discípulo tiene que llegar a ser apóstol, porque toda la riqueza espiritual que Dios le da, debe compartirla. Aquellos hombres que llenos de miedo habían abandonado a su maestro, con la experiencia de la resurrección, estaban dispuestos a darlo todo para continuar su obra salvadora. Los mismos pescadores y publicanos cobardes, que decepcionados de Jesús no querían saber nada de su proyecto, comprendieron claramente que Dios estaba con Él y tuvieron las fuerzas para anunciar que a ése a quien habían matado, Dios lo había resucitado y constituido Señor y Mesías. Por eso, hoy con Pedro podemos decir: Señor Tú conoces todo, sabes que te quiero. Y podremos escuchar: Sígueme.

Sé valiente: Por su Palabra sigue echando la red.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

sábado, 10 de abril de 2010

Dichosos los que creen sin ver

Domingo Divina Misericordia T. Pascual. Ciclo C
Hch 5, 12-16; Sal 117, 2-4.22-27; Ap 1,9-11a.12-13.17-19; Jn 20, 19-31

Hoy se nos presenta la vida de la primitiva comunidad cristiana liderada por los apóstoles donde su testimonio es el signo por excelencia de la Resurrección de Jesús. Cuando uno se encuentra con un cristiano de verdad, puede vivir la misma experiencia que vivieron quienes compartieron su vida con Jesús: gozo, alegría, vida… Aunque también oposición, porque el anuncio del Evangelio y su compromiso en la vida, generó oposición en sectores de la sociedad, la de Jesús y la nuestra. Y a pesar de ello, esas primeras comunidades daban testimonio de la acción de Jesús resucitado con sus vidas. ¿Qué caracterizaba a esas comunidades “resucitadas”? Su manera novedosa de vivir y amarse entre ellos, y si alguien se les acercaba, aprovechaban para dar testimonio de la resurrección del Señor, como nos lo presenta el libro del Apocalipsis: el Señor es el principio y el fin, el alfa y la omega. Así, la muerte y la resurrección de Jesús son el testimonio más creíble de que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino Él y su Vida resucitada.

El Evangelio de Juan dice que el primer día de la semana, estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Pero una nueva experiencia con Jesús los llenó de paz, alegría, esperanza, perdón y ganas de seguir luchando por su vida. Jesús les ofrece la paz seguida de un envío: “Así como el Padre me envió, os envío yo a vosotros”. Les tocaba hacer a sus discípulos, y ahora a nosotros, como nuevos apóstoles del Señor enviados a dar testimonio de la Resurrección.

Pero no nos va a dejar solos, nos enviará su Espíritu, no sólo para que nos refresque la memoria, sino para que contemos con su fuerza y podamos dar testimonio ante los demás, de manera que crean en Jesús y tengan vida en su nombre. Sabemos que la fe no se impone, es un regalo. Se transmite, se testimonia, aunque para Tomás, como tantas veces para nosotros mismos, el testimonio de sus condiscípulos no era suficiente para aceptar que el Dios-Hombre estuviera vivo, había resucitado. Tengo que tocar, ver, tengo que…. Los discípulos respetan tu proceso de fe, no te obligan a creer que Jesús haya resucitado, pero ellos lo siguen demostrando con su vida y si cada uno de nosotros estamos abiertos a una experiencia nueva, llegará el momento en que nos encontremos con Jesús resucitado, como le pasó a Tomás. Y el Señor nos dirá: tienes ¿qué…? Aquí tienes mis manos, pies, Vida, por ti y para ti. Esa experiencia a Tomás le hará expresar su alegría, su fe y su pertenencia a Jesús con estas palabras: ¡Señor mío y Dios mío! Las que nos hacen falta a nosotros para recorrer esta cincuentena pascual.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

sábado, 3 de abril de 2010

Desde la cruz enciendes la VIDA

Domingo Pascua de Resurrección T.Pascual. Ciclo C
Hch 10, 34a.37-43; Sal 117,1-2.16-17.22-23; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9

¡Ha resucitado! Noticia, noticia, No está en el sepulcro. Ha sido al alba, lean, lean, ¡ha resucitado! ¿Por qué seguir perdiendo el tiempo en buscar entre los muertos al que VIVE? “... id a mis amigos a decirles que en Galilea les veré”. Nos han venido contando las mujeres de nuestro grupo que está vivo. Ya lo podemos gritar por todos sitios, a toda la gente con la que nos crucemos. Él ha vencido a la muerte, ha resucitado como dijo. Todo había comenzado en Galilea. Hoy el Señor rompe, en nuestras vidas, como esa luz de fuego que encendíamos en la gran Vigilia Pascual.

Como ya indicábamos el domingo pasado, este hombre en apariencia no hizo nada extraordinario, sino que vivió la sencilla vida cotidiana con la grandeza de quien sabe amar y servir. A su lado todos se sentían respetados, acompañados y amados. Con su muerte y resurrección ha transformado radicalmente la existencia de todos los hombres, nos ha hecho descubrir el rostro misericordioso de Dios y el lado amable de la vida. El apóstol Pedro nos resumió la vida de Jesús con estas palabras: “Pasó haciendo el bien”. Y tanto que lo hizo. A los más pobres les dio esperanza; a los oprimidos, libertad; y a todos, una vida más digna. Eso no se lo perdonaron los poderosos y potentados del mundo. Y nosotros mismos, que también lo abandonamos como hicieron sus amigos y discípulos. Él murió en la cruz acompañado de poco más que algún mirón (como tú y como yo) y con la presencia de su Madre, que como siempre está donde, cuando y como tiene que estar.

Pero, tranquilos: Jesucristo VIVE. Dios da la cara por nosotros, Dios lo ha resucitado. Lo que era aparente fracaso, se ha convertido en triunfo sin discusión. Ha sido el gran acontecimiento que ha transformado la vida de sus seguidores, qie se convirtieron en los testigos de su resurrección. Hoy más que nunca tenemos que afianzar nuestra fe en el Resucitado. Creer en la resurrección es creer en la Persona de Jesús y tener la misma fe que él tuvo en su padre Dios, para entregar su vida por el Reino. Creer en la resurrección de Jesús, es ser testigos de su vida, es vivir en Cristo y morir con él a todo aquello que nos disminuye como personas y resucitar cada día para una vida nueva. Es vivir y luchar hasta dar la vida y expresar el amor, tal como él lo hizo. Creer en la resurrección es permitir que Cristo viva en nosotros y nos salve de una vida mediocre, egoísta e infeliz, y nos conduzca a una vida plena, resucitada y bienaventurada.

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote