sábado, 20 de marzo de 2010

Vete y no peques más

Domingo V Cuaresma. Ciclo C
Is 43, 16-21; Sal 125, 1-6; Flp 3, 8-14; Jn 8, 1-11

En este domingo celebramos el Día del Seminario, con el lema de este año: El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios. La liturgia de este domingo precisamente nos muestra la manera que Jesús, sacerdote eterno, tiene de manifestar y actuar desde esa misericordia y compasión con todos. Él nos perdona, no nos acusa; limpia las miserias humanas.

En la primera lectura, Isaías nos invita a mirar al futuro, a no volver la vista atrás, pues estamos llamados y destinados a vivir junto a Dios en tierra de promisión. “No penséis en lo antiguo…Mirad que hago algo nuevo…” Dios, a través de Jesucristo, hará el nuevo y definitivo éxodo.

Pablo, en la segunda lectura, nos va a dar la clave de lo que implica la vida nueva centrada en Cristo, y para ello necesitamos desterrar la autosuficiencia y, como él mismo nos dirá, una vez descubierto Cristo, todo lo demás lo estimo pérdida. Nos tenemos que sentir lanzados para alcanzar la meta a la que el Señor nos llama a cada uno.

Y en el evangelio, san Juan nos confronta dos actitudes ante esa mujer que ha sido sorprendida en adulterio: la que nos suele caracterizar a nosotros tantas veces, el juicio y la condena. Y la del Señor, de la cual tendríamos nosotros que aprender: con un corazón misericordioso, lleno de amor, que se acerca a los pecadores y exige cambio de vida, pero desde el amor no desde la condena.

Jesús, ante el pecado de la mujer, se inclina; ante tu pecado, hace lo mismo, guarda silencio; ante el pecado del que está enfrente de ti también, y nos hace una pequeña reflexión antes de que juzguemos: “Si tú estás libre de pecado, tira la primera piedra”. En silencio, ahora, mira tu propio corazón. El evangelio nos relata que empezaron a alejarse en silencio, empezando por los más viejos. Y se quedan solos Jesús y la mujer ¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno; vete en paz y no peques más”. Él es el único que tendría derecho a tirar la primera piedra, pero Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. “Vete”, no peques más, dice Jesús.

Como el domingo pasado con la parábola del hijo pródigo, se nos invita a la conversión desde la experiencia del amor misericordioso de Dios. Volvamos hoy a suplicar al Señor que envíe obreros a su mies, testigos de esa misericordia; que siga bendiciendo a su Iglesia con el don de las vocaciones sacerdotales en este día del Seminario, y que lo haga por intercesión del Santo cura de Ars, en este año Sacerdotal. Reconozcamos la llamada de Jesucristo a seguirle y a amarle. Y hagámoslo de la mano de María reina de las vocaciones.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

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