sábado, 28 de noviembre de 2009

Adviento

Domingo I Adviento. Ciclo C
Jr 33, 14-16; Sal 24, 4-5.8-10.14; 1 Ts 3,12-4,2; Lc 21, 25-28.34-36

La Iglesia, para celebrar la gran fiesta de la Navidad, comienza el año litúrgico con el tiempo de Adviento, palabra que significa llegada, venida. Es tiempo de gracia y esperanza, que nos prepara para la venida del Salvador.

Los primeros cristianos esperaban la inminente venida del Señor y la pintaban con signos terribles, espantosos: “los hombres quedarán sin aliento por el miedo”. Es un género literario apocalíptico, en el que Jesús no habla del fin del mundo, sino del fin de este mundo en el que la gente sufre y no es feliz, donde falta la vida digna y abundante que él nos trae (Jn10, 10), el fin de un mundo en el que no reina Dios. Por eso, como siempre, el evangelio es buena noticia: “se acerca vuestra liberación…Verán al Hijo del hombre con todo poder y gloria”. Pero hay que estar despiertos, como aquellas diez vírgenes prudentes (Mt 25,1-13), y no embotados con el vicio, la codicia o la rutina. ¿Se han ido apagando nuestras lámparas, la fe, con la indiferencia y la mediocridad? Adviento es el tiempo de la alegre y humana esperanza, sin la que no es posible vivir. Necesitamos los sueños más bellos y los deseos más profundos para alimentar nuestra alma. Pedro Laín Entralgo habla de la esperanza como la espera de algo, alguien, y la confianza en conseguirlo. La Palabra de Dios añade la paciencia, la alegría y la vigilancia.

¿Qué esperamos? Esperamos el reino, que ya ha llegado, pero todavía no en plenitud. Está ya aquí, pero sólo como una semilla que se va sembrando.

Está irrumpiendo como levadura que lo va transformando todo. Todavía es un tesoro escondido que, un día, todos podrán disfrutar. El Señor, centro de nuestra esperanza, lo hará realidad. Por eso, clamamos: ¡Ven, Señor Jesús! Es el grito de los que sufren y la súplica de los que creen, esperan y aman.

La esperanza está amenazada por la satisfacción plena del presente, que olvida que todo es mejorable y que somos peregrinos; la nostalgia del pasado, que mira hacia atrás, como la mujer de Lot; y la impaciencia ante el futuro, que pierde el ritmo y el compás de la pedagogía de Dios. Hay que velar por ella, porque el mundo será de quien le ofrezca una mayor esperanza. Jorge Guillén afirma: cuando uno pierde la esperanza, se vuelve reaccionario. Cuidémosla, que es linda y fragante como una biznaga de Málaga.

Esperemos orando, porque la salvación es más gracia que conquista; y trabajando, porque esperar no es sentarse en el puerto, hasta que pase el barco, sino remar para que llegue. El Adviento y la Eucaristía nos llaman a la oración, a la conversión, a la misión. Que venga a nosotros el reino. ¡Sed felices!


Antonio Ariza, sacerdote

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