sábado, 31 de octubre de 2009

Todos los santos... y uno más




Domingo Todos los santos T. Ordinario. Ciclo B
Ap 7, 2-4.9-14; Sal 23, 1-6; 1Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12a


Como cristianos, apoyados en la fe y sostenidos por la esperanza, vivimos en estos días unas fiestas profundamente populares: el día de los Todos Santos y el de los Fieles Difuntos. Como es tradición, visitamos los cementerios y columbarios. A nuestro corazón vuelve el recuerdo vivo de nuestros familiares y amigos difuntos. Pero debemos cuestionarnos, como creyentes, un tema que es el centro de la celebración de estos días: la resurrección de los muertos.


El libro del Apocalipsis, en una de sus visiones, nos narra la procesión de los resucitados, que será “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblos y lenguas”. La resurrección es el punto central de nuestra fe: “si Cristo no hubiera resucitado, vana es nuestra fe”, dice san Pablo. Y ante el hecho de la resurrección sólo cabe una actitud de fe y esperanza, lejos de la pura razón de querer descubrir lo que va a ocurrir en el más allá. San Juan nos dice en su carta que “veremos a Dios cara a cara, tal cual es”. En esto consiste la gloria: en ver el Amor definitivo y vivir en Él para siempre. Los santos son aquellos que ya han visto a Dios y que la Iglesia nos propone como modelos a imitar y como intercesores nuestros ante Dios. Hoy, la Iglesia quiere conmemorar a todos los santos; muchos oficialmente canonizados y, muchos más, anónimos.


Los santos son los que han seguido en su vida el programa descrito en las Bienaventuranzas: son pobres, mansos y humildes, han llorado por el amor y sentido hambre por la justicia, conservaron su corazón limpio, lucharon por la paz y, sobre todo, han vivido como “auténticos hijos de Dios”, siguiendo el ejemplo de Jesús y las enseñanzas de su Evangelio.


El Concilio Vaticano II nos dejó una de sus páginas más bellas cuando nos urgió a que “todos estamos llamados a la santidad” (Lumen Gentium cap. V). Un santo obispo, el beato Manuel González nos decía: “bautizado, luego santo”. No sea tímido, atrévase a ser santo: ¡Bienaventurados los que aspiran a ser santos, porque se parecerán a Dios!


Alfonso Crespo, sacerdote

1 comentario:

Patricia García-Rojo dijo...

Ayer leía en Gloria Fuertes: "el amor tiene vocación de santo, pero sólo se queda en martir".

feliz domingo!

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