domingo, 25 de octubre de 2009

Maestro, ¿que vea?






Domingo XXX T. Ordinario. Ciclo B

Jr 31, 7-9; Sal 125, 1-6; Hb 5, 1-6;Mc 10, 46-52



Luces y sombras. Así es la vida. Y el pueblo de Israel, en su larga historia de amor y desamor hacia Dios, vive momentos de luz y de sombra. Coinciden con la cercanía y unión con Dios o con la separación y lejanía de la casa del Padre. Pero, siempre, el amor misericordioso de Dios se impone: la tiniebla es vencida y la luz nos muestra el rostro amable de Dios. Es la experiencia del pueblo que vuelve del destierro, donde marchó llorando, y ahora es guiado de nuevo, entre consuelos, a la tierra prometida.



La experiencia de salir de las tinieblas a la luz, hace gritar al salmista: “¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres!” Es un cántico de alabanza al Dios de Israel, que vence la tiniebla, el pecado del mundo. La tiniebla es una condición externa al hombre: la falta de luz exterior hace que todos seamos ciegos, aunque tengamos la capacidad de ver. Hoy, nuestro mundo vive una especie de tiniebla ambiental, como una niebla baja que impide ver lo bueno, resaltar los valores que dignifican a las personas. A su vez, se esconde el Evangelio queriéndolo presentar como una bruma del pasado. Ya Jesús previno que “los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”.



Pero esta tiniebla ambiental, en el fondo no es sino la suma de muchas tinieblas personales: existen hoy muchos ciegos voluntarios. Y ya sabemos el refrán: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. El Evangelio de hoy personaliza las tinieblas en un ciego de nacimiento, ciego involuntario.



El pasaje lo hemos oído muchas veces: en la ciudad de Jericó, un ciego se acerca a Jesús, no es un ciego reclinado en su fatalismo, sino un ciego que quiere ver: “¡Señor, que vea!” Y Jesús, ante el grito de aquel hombre, abre su poder y le brinda el milagro: “¡Anda, tu fe te ha curado!”



De la tiniebla a la luz. Éste es el milagro de la conversión, que es el motivo central de la evangelización. La Buena Noticia es decirles a los hombres que el Dios de la luz quiere iluminar su inteligencia; que el Dios del amor quiere llenar su corazón. Dice el Evangelio que “aquel ciego, que recobró la vista, le seguía”. Aquel hombre no sólo vio sino que se le abrieron, también, los ojos del corazón y descubrió al Mesías Salvador. Y le seguía.



Alfonso Crespo, sacerdote

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